martes, 21 de junio de 2011

Susurros escondidos


La noche tenía un sabor que no sabía explicarse. Estaba tan lleno de todo que no le faltaba absolutamente nada. El pasto crecía sin prisas alrededor de los árboles y las brisas regalaban la humedad fresca del  nuevo otoño. A esas horas las luces ya no decían mucho más de lo que callaban, porque entre parpadeo y parpadeo se escondía una sombra. Y es sabido, incluso de antemano, que los brillos errantes nunca pueden darse a conocer. Menos que menos revelar su austeridad, su vacío, su invisible inmensidad.

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