By Brooke Shaden |
De sus entrañas nacía el dolor de la consecuencia; pasos equivocados hacia un abismo seguro e inhabitable. Se mecía como el viento, en un suave vaivén de hamaca de plaza y caía. A pesar de la mora tatuada en la piel levantaba la rodilla herida, segura de su equilibrio, pero volvía a caer. Y las piedras de aquel pozo se clavaban, filosas, en el costado más duro del corazón. Y una vez más, el tiempo se detenía; su bombeo de minutos permanente. Aquel claqueo cotidiano, insoportable, confundía ideas hasta colapsarlas en una lágrima. Definitivamente tenía ganas de llorar. El mundo en su interior había acabado. Ya no existía el paso doble en sus entrañas, pero el día estaba "bien".
Desde entonces, habría menos en lo cual preocuparse y mucho para olvidar. Incluso ella. Incluso él... O ella. A decir verdad nunca lo sabría, porque ya no serían dos. Sólo una suspendida en la memoria de algún ser exento de pecado.
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